La Esquina (Barcelona): Si no lo conoces, ya estás tardando






Comimos ayer en este restaurante, La Esquina. La experiencia fue tan buena que estaba deseando escribir la crónica. Eso que, como sabéis, tengo un montón esperando en la lista. 

La verdad es que tenía muchas ganas de conocerlo, pero los acompañantes, después de la experiencia del Flax & Kale, se resistían. Decían que no querían lugares modernos ni "hipsters". No sé de donde habían sacado la conclusión de que era un sitio así. El caso es que algo de eso tiene, pero en el buen sentido. Lo que en el otro restaurante rezuma marketing, en este es una cocina honesta y original.

Había leído varias reseñas sobre él (como esta de In and Out Barcelona). A la cabeza está un joven chef británico, Alan Stewart, que prepara todos los días platos diferentes de cocina de mercado. Me apetecía ver cómo era y un día me puse a buscarlo. Me sorprendió cuando lo vi. Paso por allí delante todos los días y no me había fijado. Se ve que el Starbucks, que tiene a su lado, lo oculta.




El sitio es muy bonito por fuera y por dentro. Una casa antigua, decorada de manera sencilla y acogedora. Tiene un aire a local de moda de Nueva York o Londres. Como podéis ver se llama La Esquina porque ocupa una esquina. Y no una cualquiera, sino el vertice de un céntrico triangulo barcelonés (en Balmes y Bergara).
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El día que pasé era un sábado. Los sábados y los domingos sirven "brunch" hasta las 6 de la tarde y, después, cena a la carta. Entré y estuve hablando con el personal, todos muy amables. Hice una reserva para la noche. Al llegar a casa, se negaron a ir. Cuanto más les explicaba cómo era el sitio, menos les gustaba. Al final, la cosa no salió mal, porque acabamos cenando en un chino (Cuina Deu) que fue todo un descubrimiento. Pero eso queda para otra entrada.

A partir de entonces, cada vez que decidíamos a donde ir a comer o a cenar, yo decía: "... o podemos ir al inglés". Ulises se negaba en redondo y me llamaba pesada.

No sé qué pasó ayer. Lo debí de pillar en un momento de debilidad. Pensábamos ir al Alvart, pero no conseguimos reserva. Así que lo volví a dejar caer y no hubo protestas, solo resignación. Hice una reserva antes de dar tiempo a un cambio de opinión. No es un sitio para el que sea necesario reservar, pero, si tenéis tiempo, os lo aconsejo, porque a algunas horas está lleno (aunque eso sí, sin ninguna sensación de agobio).

El menú de mediodía, de lunes a viernes, es un combinado, que incluye un plato de verduras, uno de proteínas (carne o pescado) y uno de pasta o granos. Si no quieres comer carne o pescado, lo puedes cambiar por uno más de los otros. De cada uno, hay tres opciones. El día que fuimos ésta era la carta. 




Cada uno pedimos un combinado distinto, aunque repetimos alguno de los platos integrantes. Fue un fallo, porque, siendo tres, podíamos haberlos probado todos. 

Nada más entrar te encuentras de frente con el cocinero, dando el toque final a todos los platos.




Y, ocupando un lugar principal, la cafetera de la que están muy orgullosos. Tienen un barista a su cargo, aunque no se puede elegir el tipo de café, sino que es el que te ofrecen en ese momento. No lo digo como un fallo, solo como un hecho. En cualquier caso, yo no probé el café, porque nunca lo tomo después de comer. Otro día tocará, cuando vaya al brunch o a merendar. Para merendar puede estar muy bien, porque sirven todo el día unos bocadillos muy sugerentes. Y también les eché el ojo a las tartas de la ventana...




Pues vamos a lo importante. Esto es lo que comimos. Yo me pedí una ensalada de brécol, cuscús de berenjena y rabo de toro.




 Manolo, también el cuscús, la ensalada de espinacas y pomelo y sardinas.




Ulises optó por la crema de apio, la pasta con salsa de calabaza y, como yo, por el rabo de buey. La crema de apio no le apetecía. Le dije yo que la pidiera. En realidad, él no creía que le fuera a gustar ninguno de los platos de verdura. Él es más de ensaladas y verduras sencillas, con poco aderezo. Finalmente, la crema me la comí yo (y él parte de mi cuscús y mi rabo de toro). Os diré que no soy aficionada al apio, ni a la crema de apio. Pues fue mi plato favorito. Tenía una especie de mojo por encima y trocitos de avellana. Nunca pensé que una crema de apio me pudiera gustar tanto.




A los tres nos entusiasmó la comida. Tanto Manolo como yo pensamos que es el más original de los que hemos visitado en Barcelona (y han sido muchos). Cocina, a la vez, sencilla y refinada. Una puesta en escena sin aspavientos, pero con un esmerado cuidado en todos los detalles.

Es un sitio para ir, repetir y volver a repetir. Y, mientras estás allí, pasar un rato relajado en el centro de Barcelona. Eso sí, sin esperas. El servicio rapidísimo, así que podéis ir a comer aunque tengáis poco tiempo. Ya veis que no hay disculpa posible.






¡Qué se me olvidaba! En el precio también está incluido al postre. Aquí había más de tres opciones. Elegimos una crema de chocolate, una copa de cheesecake de jengibre y un crumble de manzana. El peor (sin estar malo), el de chocolate. A mí me encantó el de cheesecake, muy sútil y con unos trozos de mandarina caramelizados espectaculares. El de manzana también estaba muy bueno.








Pues nada, para poder seguir pegándome estas comilones y que no me pasen (mucha) factura, me fui después dando a paseo hasta el Mercat dels Encants, que había visto unos platos y fuentes esmaltados que quería comprar.






Nota del 29 de enero de 2016:

Hoy volvimos a La Esquina. A merendar. Té, agua, un bocadillo de albóndigas y una tostada de salmón con aguacate y nata agria. El bocadillo estaba buenísimo, muy aromático. Pero la tostada fueron palabras mayores. Tenía unos trozos muy gordos de salmón, blandos y con un intenso sabor ahumado. La mezcla con el aguacate y la nata era fabulosa. Volveremos a tomar esta tostada, pero la próxima vez una cada uno.











La Esquina
Carrer de Bergara, 2
08002 Barcelona

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